Esto no es un blog de viajes

Esto no es un blog de viajes.

Nunca he tenido un blog de viajes porque no me identifico con una persona que tendría un blog de viajes. Esa persona es una que viaja mucho y a muchos sitios diferentes y yo ni hago ni he hecho nunca ninguna de las dos cosas. Hay a quien le gusta verme así, pero creo que tiene más que ver con la persona que les viene bien a ellos que sea que con la que soy en realidad.

He viajado mucho menos que muchas personas que conozco y no todos mis viajes me han enriquecido como persona. A nadie le enriquece como persona un fin de semana fumando porros en Ámsterdam. Aunque nunca un gofre con chocolate blanco me supiera tan bueno (era por la fumada) y no sé si eso cuenta como enriquecimiento personal. Yo creo que no. Tampoco me enriqueció personalmente un fin de semana que pasé en Cuenca.

He vivido fuera y he vivido lejos. Y he pasado temporadas largas en otros países. Dentro de España, también he vivido fuera de Madrid, en otras dos ciudades: Cádiz y Sevilla. Esto sí diría que me ha enriquecido como persona porque me ha obligado a rodearme de otras; más o menos diferentes pero seguro con otros códigos, otras normas vitales y otros ritmos. Unos de los que siempre he podido aprender algo, mirar a mi alrededor y decir: “Coño, es que esto también se puede hacer así.”, y eso ha sido liberador. También ha sido una putada porque en los códigos previos dejas de caber tan holgadamente como antes, aunque te empeñes, por contentar. Te haces una mezcla de aquí y de allí, te inventas un tú -que eres tú- y, claro, luego vuelve a donde te creyeron del tipo que se abriría un blog de viajes. Les explota la cabeza. Y a ti también.

Me gusta estar en sitios diferentes al habitual. O sea, diferentes a Madrid, que es el repetidamente habitual y que siempre me trae de cabeza. Y cada vez más porque aquí hay demasiada gente (de la que sí tendría un blog de viajes) por todas partes, cargando bolsas del Primark de esas de papel que les llueve y se les rompen todas, yendo a ver las luces de Navidad y la Puerta de Alcalá y a tomarse algo a la terraza del Círculo de Bellas Artes. Qué pesados.

Me gusta, digo, estar en sitios diferentes porque considero que eso me ha convertido en una persona menos imbécil. Estar, que no es lo mismo que hacerse un viajecito. También me gustan los viajecitos. Por ejemplo cuando mis amigas viven fuera y voy a verlas y me hacen el desayuno en sus casas que están lejos de la mía y nos fumamos un cigarro con el café porque no nos hemos convertido todavía en no fumadoras gilipollas que dicen cosas como “la mejor decisión que he tomado” o “me encuentro fenomenal.” Cuando hago viajecitos a ver a mis amigas ellas hablan idiomas y me enseñan sitios y me llevan a comer cosas que saben que me van a gustar y me dejan unas zapatillas de andar por casa.

Estar era una cocina que olía a curry y cardamomo y los perros de los vecinos ladrando mientras llovía fuera desde hacía mucho rato.

También el pastel de ruibarbo y mojar galletas en las infusiones de antes de dormir.

El repartidor del London Evening Standard a la entrada de la estación de Goodge Street.

El olor a crema solar y los sándwiches de Carmen llenos de arena en la mochila.

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