O. Lover

Hace ahora un año que me dije: «qué pesada te estás poniendo con lo de fumar«, y lo dejé.

Las primeras semanas comía cacahuetes, tomaba unas gotas de valeriana y otras hierbas que me sentaron mal al estómago y caminaba como una obsesa bajo el sol. Entonces, me salieron unas manchas en los brazos de las que tienen las personas mayores y ahí entré en cuesta abajo de la nostalgia y el todo mal.

Superadas esas semanas, vino el estado de absoluto convencimiento de que la vida nunca más volvería a ser ni divertida ni nada porque yo me lo había pasado muy bien fumando y haciendo cosas fumando y viajando fumando y bailando fumando y comiendo fumando y trabajando fumando y viviendo fumando y bebiendo café fumando y sentándome en un sofá fumando. El tabaco te destruye la idea de que la realidad existe también sin él, así que cuando lo dejas te toca reconstruirla. Es realmente jodido.

Seguí caminando como si me fuera la vida en ello, escuchando hip-hop mainstream estadounidense porque sí y, más o menos al llegar septiembre, entré en la fase de llorar en el transporte público. Había dejado de fumar, de ser económicamente independiente y de tener un propósito claro. Todo a la vez.

Dejar de fumar es una mierda, la verdad. Pero está bien cuando coges un vuelo y te deja de dar ansiedad el rato de espera para recoger la maleta porque ya quieres salir a fumar. También cuando subes cuatro pisos por las escaleras y no temes que se te salga un pulmón por la boca. Y cuando no tienes que irte de donde hay niños y niñas, para consumir. Ah, y cuando ha pasado un año y te das cuenta de que no has tenido ningún refriado serio, infección de garganta o bronquitis. Lo del dinero no lo voy a decir porque rara vez un fumador siente que le falta el dinero para tabaco. Le faltará para otras cosas, pero nunca para tabaco.

En fin, un año después, aún tengo anhelo de tiempos mejores, cigarro en mano. Pero ya con poca intensidad. También sigo sufriendo cada situación conocida a la que me enfrento por primera vez siendo no fumadora. Lo del alcohol ya me da igual; echo más de menos fumar a solas, como cierre del día, por ejemplo, que en sociedad, celebrando o festejando.

Ayer estuve en Brighton -que es un poco como San Francisco pero está aquí al lado- y no me tuve que esconder de los estudiantes adolescentes a los que acompaño para fumarme un cigarro mirando al mar. Pero pensé en que eso es lo que hubiera hecho antes. Y es que así va a ser ya con todo, me temo.

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