Viernes noche

Algunos de mis viernes en Vancouver son so much fun. Otros son normal fun y otros son pasan cosas fun.

Hace no mucho tiempo, pero el suficiente como para que este episodio haya reposado y os lo pueda contar, por permanente en la memoria, era viernes y yo había perdido el tercer paraguas que me había comprado en los cuatro meses que llevaba en la ciudad bajo alguna mesa del bar del centro al que acostumbro a ir a comer nachos y beber cerveza: el Malone’s. Normal fun. Hasta que dan las 10, sale el DJ y ahí ya puede ser so much fun o pasan cosas fun. En general dependiendo de la cantidad ingerida de cerveza. Y nachos. Cuidado con los nachos.

Aquel viernes, a las dos de la mañana, no había sido suficiente. Así que me vi encaminada, en compañía de mis ebrios amigos, un señor con lentes y una peculiar muchacha canadiense que acabábamos de conocer, hacia otro garito cercano, The Railway Club, en el que dependiendo del día y la hora puedes ir a beber, comerte una hamburguesa o escuchar un concierto de blues sin calefacción. Nevando fuera. Aquella noche no nevaba. Tampoco llovía. De ahí que olvidara mi paraguas en el bar anterior. Nos quedamos un rato y volvimos a la calle. Entonces tomamos una decisión de la que pudimos haber prescindido. Nuestra nueva amiga, la peculiar muchacha canadiense, nos invitó a su casa. Y aceptamos. Entonces empezaron a pasar cosas.

Su apartamento, que se encontraba pasado el Granville Bridge, era también el de una pareja con la que, nos contaba, estaba en proceso de ruptura. Un espacio lleno de libros de arte, bien decorado, bonito. A ella se la veía así como muy bohemia, muy open-minded; un poco de más, quizás. Pero sobre todo tuve claro que era artista. Mucho.

Después de fumar no sé qué y escuchar una playlist en Spotify de dudoso gusto, la peculiar joven canadiense saca un lienzo blanco, se sienta frente a nosotros y empieza a dibujar. «Wow, nos están retratando» pensé. Y efectivamente así era: estábamos siendo inmortalizados por una artista. Sin embargo, en medio del proceso se agobió, soltó lo que estaba haciendo y dijo que mejor nos hacía unas fotos. Yo, en ese momento, tenía más ganas de que me arrancaran la cabeza que de otra cosa.

A la mañana siguiente, después de dormir mal en el sofá de aquella casa con tal de no tenernos que desplazar con el frío nocturno, encontramos el dibujo sobre la mesa.

retrato

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